El 10 de abril de 1981, una caravana acaparó la atención de Costa Rica. Viajó desde la frontera con Nicaragua hasta la ciudad de Alajuela, donde entregaría los restos de los héroes de una guerra que se había peleado hacía más de un siglo, entre ellos los de Juan Santamaría, uno de los símbolos más importantes de la identidad costarricense. Esa llegada se pintó como una celebración, pero terminó siendo una vergüenza.