En 2008 las calles de México estaban llenas de adolescentes con flecos largos, pantalones entubados y ropa negra con calaveritas. Los emos, esos chicos eternamente melancólicos, se habían multiplicado y nadie sabía de dónde salían. Pero a algunas de las tribus urbanas más consolidadas del país, como los punks, no les gustaba su existencia. El día que los emos se defendieron en la Glorieta de Insurgentes, esta rivalidad se convirtió en noticia nacional.