En un pequeño pueblo, tan pequeño que ni siquiera tenía nombre, vivía un dragón. Habitaba entre las ruinas de un antiguo castillo en la cima de la colina que dominaba el pueblo. Era un dragón perezoso, al que le gustaba comer bocadillos de fuet con brie y beber zumo de naranja natural, y pasaba las horas haciendo papiroflexia, maquetas de barcos y sudokus.