El primer smart llegó con esa idea de juguete serio que a algunos les pareció ridícula y a otros les abrió la mente, porque tenía dos plazas, poco maletero y un aspecto que ni los diseñadores de Lego habrían firmado como definitivo, pero daba igual porque su rareza era su fuerza. En aquella época teníamos más variedad, sí, pero aun así el smart fue un bofetón de aire fresco y una invitación a minimizar.