Durante años, el desarrollo de la inteligencia artificial ha girado en torno a una fe casi religiosa: cuantos más datos y más potencia de cálculo, mejores modelos. Los laboratorios más poderosos del planeta han invertido miles de millones en centros de datos colosales, tan grandes como Manhattan y tan voraces en energía como una ciudad entera. La creencia era sencilla: si seguimos escalando, alcanzaremos la superinteligencia. Sin embargo, esta visión empieza a resquebrajarse. Crece el ...