La irreligión que prevalece en nuestra época ejerce una presión inconsciente y continua sobre el púlpito, induciendo a los predicadores a retraerse, en puntos doctrinales, de hacer afirmaciones que serían impopulares. El problema es que una doctrina que deja de afirmarse está condenada, como un órgano que no se usa, a la atrofia. [...] Así, se ha tirado por la borda cada punto doctrinal que parecía cuestionable y, por lo tanto, no esencial; el infierno se ha abolido y el pecado pr...