Un análisis de once años de datos revela cómo la enfermedad dejó de seguir el patrón crítico de contagios de julio a septiembre. Ahora basta un mes con aguaceros intensos y noches cálidas para que el virus se multiplique, incluso en plena temporada seca. Las muertes de 2024 muestran que el cambio climático no solo desajustó el calendario: también puso en mayor riesgo a la niñez urbana.