Si Frida Kahlo llegó a convertirse en un mito no fue únicamente por esas fotografías que le tomó Nikolas Muray entre 1937 y 1946, gracias a las cuales su inconfundible rostro quedó grabado en el imaginario colectivo, sino también (o más bien) por su poder para transmitir emociones mediante el pincel, la pintura y el lienzo: resulta imposible, en su caso, separar la obra del artista. Precisamente en esos años, fue cuando pintó El sueño (1940), quizá una de sus piezas más personal...