En la Corte del Forno Vecchio, las brasas no solo encendían el pan del día: eran el latido compartido entre el pueblo y el mar. De aquel horno nacía un aroma que abrazaba las calles y viajaba en las velas, alimento de quienes habitaban la tierra y de quienes desafiaban las aguas. Era pan para todos: sustento, memoria y puente entre la orilla y el horizonte.